Versión.
El gobierno, por lo menos en México y en las circunstancias actuales, no se gana desde los polos, sino conquistando el centro.
En el PRI se pueden equivocar de una forma notable si una de las corrientes más importantes de ese partido decide, finalmente, lanzarse en forma abierta contra el presidente Calderón, para hacerlo objeto de una campaña negativa. No es que el gobierno federal no tenga errores o flancos que pueden ser muy criticados pero, si se enfoca en el Presidente, el PRI perderá por otras razones: primero, porque el índice de aceptación presidencial sigue siendo muy alto, cercano a 70% y, para colmo, los objetivos que ha elegido este sector del priismo como frente de ataque (la actuación ante la emergencia epidemiológica) es una de las acciones que mejor han sido valoradas por la ciudadanía.
Segundo, porque resulta evidente que la estrategia de atacar en forma personalizada al mandatario no sirve: no le funcionó a López Obrador en el pasado y no le funciona ahora; no tiene por qué irle mejor al priismo. ¿Cuánto le costó a López el "cállate, chachalaca"? ¿Cuánto le puede costar al PRI sostener que no se actuó con oportunidad ante la emergencia epidemiológica, cuando todos los organismos internacionales reconocen esa actuación?, ¿o llamar al presidente Calderón el virus FCH1? ¿Alguien en el PRI puede creer que, fuera de su clientela tradicional, esa campaña podrá superar, por ejemplo, a la de Vive México?
Tercero, y quizá lo más importante. La advertencia ya estaba hecha por Germán Martínez desde que comenzó la campaña, cuando dijo que el PAN utilizaría, lo que hasta ahora no ha hecho, al ex presidente Fox en la campaña y que invitaba al PRI a hacer lo mismo con sus ex mandatarios. El PAN, como se ha mencionado, ha lazado una campaña para apoyar al presidente Calderón como si fuera una lucha desde la oposición. Colocó en la mira la gestión de los ex presidentes priistas y, para colmo, éstos se dedicaron después a atizarse entre sí, sin que el PAN tuviera que hacer absolutamente nada para acentuar ese proceso de descalificaciones.
Me imagino que hay priistas enojados por la estrategia del PAN. Pero precisamente lo que quiere ese partido es que se enojen y respondan ofreciendo mayores frentes de ataque y exhibiendo sus debilidades. En Las 33 estrategias de la guerra, Robert Greene señala varias que parecen adecuadas a esta historia.
La primera es la estrategia de la polaridad: ya la adaptó Acción Nacional y la ha puesto sobre la mesa. Aceptarla es jugar en su terreno.
Otro principio consiste en no dar la guerra pasada: con o sin razón, el PRI no puede defender el pasado: sus ex presidentes justa o injustamente, son castigados por la opinión pública aunque, como ocurre con Carlos Salinas de Gortari, mantenga un peso interno innegable en muchos ámbitos del poder, pero no fuera de él; paradójicamente, el único que conserva en términos públicos buenos niveles de aceptación es Ernesto Zedillo, pero no goza del menor apoyo en el PRI. Sin embargo, hay otras tres reglas que son importantes: una, adoptar la línea de lo menos esperado, por eso lo que el PAN quiere es una respuesta directa y visceral del PRI; ocupar el trono moral, o sea, defender una causa que parezca más justa que la del enemigo, cuestionando sus motivos y recordar que, "cuando caigas bajo el ataque moral de un enemigo astuto, no te quejes ni te enojes"; lo que va de la mano con un último punto, "cuando te ataquen, niega los blancos, establece una estrategia de vacío: en vez de batallas frontales realiza irritantes pero dañinos ataques laterales y correrías". Eso es lo que ha estado haciendo el PAN y lo que debería evitar el PRI.
Porque, además, tiene ejemplos internos de cómo actuar. Después de la elección federal (e incluso en términos mediáticos puede resultar más importante), la de Nuevo León es la que concita la mayor atención.
Allí, paradójicamente, ni Fernando Elizondo ha recurrido a la estrategia que mantiene el PAN en otras partes del país (quizá porque para los regiomontanos la percepción sobre el priismo del pasado está ya muy clara), pero tampoco su adversario, Rodrigo Medina, ha caído en la crítica directa al gobierno federal, más bien al contrario. Si Elizondo se hubiera concentrado en un discurso antipriista frontal, dudo que hubiera podido crecer más allá del voto tradicional del panismo. Si Medina se hubiera ido contra el gobierno federal, como quieren hacerlo muchos priistas, tendría asegurada su derrota. Hoy están casi empatados, pero, con los aciertos y los errores que ambos han tenido, resisten la tentación de entrar directamente en la guerra de lodo (aunque muchos a su alrededor la ejerzan). Y pareciera que, en ese contexto, el priista tiene más que ganar que el candidato de Acción Nacional.
¿Cómo ubicar en todo esto la declaración del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, de que contestará todas las acusaciones que se realicen contra el presidente Calderón? Como un mecanismo de utilizar el peso institucional ante las acusaciones y no distraer al partido del eje de su campaña. Lo que, una vez más, podría poner al priismo a la defensiva.
Hasta ahora el PRI ha vencido cuando ha mostrado un rostro dialogante y lejano de la confrontación, hasta dejarle al PRD o a López Obrador ese papel. Cuando jugó con otras cartas, como en la campaña de Roberto Madrazo en 2006, perdió espacios. El 5 de julio es muy probable que se quede con la mayoría (aunque no absoluta) del Congreso y deberá construir, sobre un andamiaje dialoguista, el camino que lo pueda llevar de regreso a Los Pinos en 2012.
Y el gobierno, por lo menos en México y en las circunstancias actuales, no se gana desde los polos sino conquistando el centro: ese centro del espectro político es lo que realmente debería estar en disputa por cualquiera que aspire verdaderamente a conquistar el poder.
En el PRI se pueden equivocar si una de las comentes más importantes de ese partido decide lanzarse contra el presidente Calderón.
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